El cadáver de
Howard Frank, apareció flotando el 28 de julio por las aguas del Gowanus Canal,
en Nueva York.
Nunca más se
vería a este hombre de 55 años, como hasta ahora, mendigar por las sinagogas de
Brooklyn (Nueva York, Estados Unidos), ni se oirían las historias sobre cómo
era familiar directo de varios rabinos de la zona, uno de los mayores honores
de la cultura judía.
Sin embargo,
lo que la muerte de este vagabundo plantea es algo más que una tragedia: es un
auténtico misterio. Absolutamente nadie sabe si fue asesinado (¿y por quién?).
No es solo
que, durante las semanas que antecedieron a su muerte, Howard avisó a todos sus
amigos (y a todo aquel dispuesto a escucharlo) de que alguien iba a matarlo
dentro de muy poco a menos que consiguiera reunir 17.000 dólares.
Es también
porque, aun entre la nutrida población de homeless de Nueva York, pocas veces
se ve a uno tan bien relacionado y que guardara un tesoro valorado en un millón
de dólares.
Este tesoro
era fruto de una obsesión de Howard: coleccionar fotografías antiguas de
famosos del cine y la televisión entre los años 50 y 90.
Tanto le
gustaba esta colección que generalmente prefería gastarse el dinero que reunía
en las calles en más fotos que en comida. Y lo hacía con tino: entre las
valiosísimas instantáneas hay unas de la comediante estadounidense y reina de
la televisión durante los 50, Lucille Ball, (la favorita de Howard) que están
valoradas en decenas de miles de dólares.
Quizá en este
preciado muestrario se encuentre la clave de su misteriosa y preconizada
muerte. Frank solía guardarla en un almacén que tenía que pagar. Durante años,
según ha contado uno de sus amigos, tenía un acuerdo con un amigo suyo para
resolver esa situación: Henry Hewes le abonaría el almacenaje a cambio de
recibir parte de los beneficios de vender la colección... o directamente se la
quedaría cuando muriera Frank. Pero algo debió cambiar en el acuerdo.
Precisamente
una semana antes de morir, Frank puso un embargo preventivo de 78.000 dólares
sobre las fotografías para poder pagar al almacén.
Una de las
teorías más sólidas que por ahora maneja la policía es que, si de verdad Howard
fue asesinado, fue porque se topó con un usurero demasiado violento en un
intento de poseer su colección sin ayuda de Hewes.
Pero esto no
es todo. Robert Frank, hermano de Howard, coincide con muchos otros conocidos
de Howard en que el mendigo llevaba demasiado tiempo revelando demasiada
información sobre la comunidad hasídica de Brooklyn, los judíos ultraortodoxos
liderados por rabinos que, según Howard, eran familiares suyos. Es posible,
cuentan quienes les han oído hablar, que se hubiera topado con el rabino
equivocado.
Es posible
que nunca lo sepamos. Que la policía de Nueva York sepa, no hay indicios de
violencia en el cadáver de Howard Frank, y la ley judía les impide hacer una
autopsia que les dé más pistas. También cabe la posibilidad de que no fuera un
asesinato, sino un accidente (aunque todo el mundo sabe que Howard le tenía
miedo al agua) o un suicidio ante la idea de perder aquello que valoraba más
que su vida y la comida: esa colección de fotografías que le convertían en el
mendigo millonario de Nueva York.
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